Sarmiento y los Estados Unidos de Horace Mann.
Por: Alejandro E. Giarrizzo.
El año 1845 fue uno de una actividad intensísima
para Sarmiento. Entre los meses de mayo y julio aparece en el diario El
Progreso de Santiago, que él mismo había
fundado algunos meses antes, “Civilización
y Barbarie, Vida de Juan Facundo Quiroga”. Es también el año en que el
gobierno de Rosas inicia un movimiento diplomático para presionar a las
autoridades chilenas con el objeto de silenciar al exilado argentino, pretendiendo
incluso que se lo extradite .
Bajo estas circunstancias, a las que se sumaban
otros problemas suscitados por envidias y resentimientos que habían surgido
entre algunos chilenos, preocupados por la trascendencia cada vez más evidente
del sanjuanino, el ministro Montt, admirador y amigo personal de Sarmiento,
acelera los trámites para que inicie el viaje de estudios que le había
encargado. El 28 de octubre de 1845 parte de Valparaíso el velero Enriqueta con rumbo a Montevideo, y así Sarmiento inicia
un viaje que sería de magnitud para él y para el destino de la Argentina.
Veintidós meses después, en agosto de 1847,
Sarmiento se encuentra en Londres, luego de haber recorrido varios países
europeos en pos de los últimos adelantos educativos, y se da cuenta de que su
presupuesto casi se ha agotado.
¿Cómo fue que a Sarmiento, teniendo apenas unos
pesos en sus bolsillos, que a duras penas y tras peripecias le
hubiesen permitido volver a Chile, se le ocurre cruzar el Atlántico para conocer los Estados Unidos?
Sucede que había llegado a sus manos un folleto
importantísimo, que inmediatamente atrajo su atención. El escrito era de un norteamericano, Mister Horace Mann,
y se titulaba Informe de un viaje educacional
en Alemania, Francia, Holanda y Gran Bretaña. En este folleto el
norteamericano de Massachussets le informaba a la Junta de Educación de su
estado las experiencias y los resultados que había obtenido durante un viaje
cuyo propósito había sido también la investigación de los sistemas educativos
de Europa.
Es probable
que él ya conociese, desde su exilio en
Chile, alguna referencia a la importante obra que para el adelanto de la
educación primaria se llevaba adelante en Nueva Inglaterra; pero quizás no había tenido oportunidad de leer ninguno de
esos escritos de primera mano. Es así como Sarmiento reconoce por primera vez
que su pasión por la educación popular tenía en el norteamericano un pionero y
un hacedor consumado.
Cuando Sarmiento llega a los EE.UU. en
su primer viaje, tras desembarcar en Nueva York en setiembre de 1847, lo que ve lo
confirma en su inmenso entusiasmo por el progreso de los pueblos, y lo pone
frente a un espectáculo de despliegue de civilización que habría de hechizarlo
a partir de ese momento. Nunca se llegará a sobreestimar el gran significado
que tuvo este primer viaje a los EE UU para Sarmiento, que ve allí confirmado su sueño civilizador.
Por eso resulta imprescindible la lectura del capítulo "Estados Unidos" de su libro "Viajes por Europa, África y América (1845-1847)".
La primera edición de este libro
apareció en dos tomos en Chile, luego del regreso del largo viaje; el primero de estos tomos salió de la imprenta
en 1849 y contiene la narrativa de la
primera parte del viaje; su último capítulo es el referido a la ciudad de Roma.
El segundo volumen apareció dos años después, en 1851 y es el que contiene los
capítulos que nos interesan. Esta aclaración es importante puesto que muchas
veces se pasa por alto el hecho de que Viajes
no es sólo un libro que contiene las experiencias de un periplo en pos de
la experiencia de los países adelantados en educación; la segunda parte de Viajes debe considerarse como uno de los
libros-programa más importante de Sarmiento; forma una trilogía junto a Educación Popular y Argirópolis. Estos tres libros engloban lo esencial del programa
político - civilizador del sanjuanino, programa que tratará de llevar a cabo
durante el resto de su vida.
Algunos han quedado un tanto desconcertados al
considerar en conjunto la forma epistolar del libro, su contenido sustancial y
el hecho de las pocas semanas que Sarmiento pasó en la república norteamericana;
de su lectura se infiere un conocimiento detallado de los aspectos políticos,
sociales e históricos de los EE.UU. Sucede que el libro es mucho más que la
simple edición de las cartas que Sarmiento habría
escrito a sus conocidos durante el viaje: es un verdadero tratado sobre una
civilización novedosa, en la que por primera vez la humanidad hace reales las
ideas igualitarias y de progreso que los filósofos de la Ilustración habían
prometido.
Sarmiento evaluó muy bien las posibilidades
que le abría la publicación de sus Viajes
. De la lectura del libro se concluye que Sarmiento volvió a leer a Alexis
de Tocqueville; en la obra de este
francés, “ De la democracia en América”,
encuentra los elementos para
contrastar sus apuntes y sus ideas y para profundizar en los aspectos que más
le interesaban: la organización político-económica de los Estados Norteamericanos,
fundada en la piedra basal de las libertades individuales.
El encuentro con los Estados Unidos fue
determinante para consolidar un proyecto civilizatorio cuyo eje es la
movilización de las potencialidades de los individuos mediante el poderoso
motor de la educación universal. Un elemento adicional que afianzó su
entusiasmo por el país del norte fue el fuerte contraste con la realidad europea
que acababa de experimentar; una situación europea – Sarmiento se refiere
específicamente a Francia - en la que la miseria del pueblo trabajador y las profundas
diferencias de riqueza y rango echaban por la borda el sentido mismo de la República.
De todo esto es testimonio ese libro
impresionante que es el dedicado a los EE.UU. en los Viajes.
Con el ejemplo yanqui frente a sus
ojos, va desplegando las ideas fundamentales para un orden social basado en la
libertad individual y la productividad de la economía. La abundancia económica
surge de una combinación de elementos, en cuyo centro se halla la unión del capital con una comunidad del
trabajo bien educada y motivada para progresar Conviene, para tener una idea
cabal, citar en extenso dos párrafos muy importantes:
“En
los alrededores de Boston, a distancia de 12 millas , unido a la
ciudad por un camino de hierro para las personas y por un canal para las
materias primas, está Lowell, el Birminghan de la industria norteamericana.
Aquí como en todas las cosas brilla la soberana inteligencia de este pueblo.
¿Cómo luchar con la fabricación inglesa producto de ingentes capitales
empleados en las fábricas, y de salarios ínfimos pagados a un pueblo miserable
y andrajoso? Dícese que las fábricas aumentan el capital en razón de la miseria
popular que producen. Lowell es un desmentido a esta teoría. Ningunas ventajas
o escasísimas llevan a los ingleses en el costo de la materia prima; pues,
tanto vale llevar a Londres o Boston por mar las balas de algodón de la Florida ; pero las
diferencias de salarios son enormes, y sin embargo, los tejidos de Lowell
sostienen la concurrencia con los ingleses en precio y les aventajan de
ordinario en calidad. ¿Cómo han hecho este prodigio? Apurando todos los medios
inteligentes de que el país es tan rico. El obrero, el maquinista son hombres educados; su trabajo, por tanto, es
perfecto, sus medios ingeniosos; y pudiendo calcular el tiempo y el producto,
producen mayor cantidad de obra y más perfecta.
Las hilanderas y
trabajadoras son niñas educadas, sensibles a los estímulos del deber y de la
emulación. Vienen de 80 leguas a la redonda a buscar por sí medios de reunir un
pequeño peculio; hijas de labradores, más o menos acomodados, sus costumbres
decorosas la ponen a cubierto de la disolución. Buscan plata para establecerse,
y en los hombres que la rodean no ven sino un candidato marido. Visten con
decencia, llevan medias de sedas los domingos, sombrilla y manteleta en la
calle; ahorran 150 o 200 pesos en algunos años y se vuelven al seno de su
familia, en actitud de sufragar los gastos de establecimiento de una nueva
familia (...) De todo el mal que de los Estados Unidos han dicho los europeos,
de todas las ventajas de que los americanos se jactan y aquellos les disputan o
afean con defectos que las contrabalancean, Lowell ha escapado a toda crítica y
ha quedado como un modelo y un ejemplo de lo que en la industria puede dar el
capital combinado con la elevación moral del obrero. Salarios respectivamente
subidos producen allí mejor obra y al mismo
precio que las fábricas de Londres, que asesinan a las
generaciones..." (1)
¿Cuál es el motor para que esta
combinación dé resultados tan espectaculares? Para darnos la clave recurre
Sarmiento, otra vez, a comparar este nuevo orden con la realidad de Europa:
"Los
caminos de hierro, como medio de riqueza y civilización, son comunes a la Europa y a los Estados
Unidos, y como en ambos países datan de ayer sólo, en ellos puede estudiarse el
espíritu que preside a ambas sociedades. En Francia los trabajos de nivelación,
como todo lo que constituye el ferrocarril, son cuidadosamente examinados por
los ingenieros antes de ser entregados a la circulación; verjas de madera
resguardan por ambos lados sus bordes; dobles líneas de rieles de hierro
fundido facilitan el movimiento en opuestas direcciones; si un camino vecinal
atraviesa el trayecto, fuertes puertas resguardan su entrada, cerrándose
escrupulosamente un cuarto de hora antes que lleguen los vagones a fin de
evitar accidentes. De distancia en distancia por toda la extensión del camino,
están apostados centinelas que descubren el espacio y anuncian con banderolas
de diversos colores si hay peligro u obstáculo que detenga el convoy, que no
parte del embarcadero sino cuatro minutos después que una falange de vigilantes
se ha cerciorado de que todos los transeúntes ocupen sus lugares, las puertas
están cerradas, y el camino espedito, y nadie cerca ni a una vara del paso del
tren. Todo ha sido previsto, calculado, examinado, de manera de dormir
tranquilo en aquella cárcel herméticamente cerrada. Veamos lo que se pasa en
los Estados Unidos. El ferrocarril atraviesa leguas de bosques, primitivos,
donde aun no se ha establecido morada humana. Como la empresa carece aún de
fondos, los rieles son de madera, con una planchuela de fierro, que se desclava
con frecuencia, y el ojo del maquinista escudriña frecuentemente por temor de
un desastre. Una sola línea basta para la ida y venida de los trenes, habiendo
ojos de buey de distancia en distancia donde un tren de ida aguarda que pase
por el costado opuesto el otro de vuelta. Un alma no hay que instruya de los
accidentes ocurridos. El camino atraviesa las villas y los niños están en las
puertas de sus casas o en medio del camino mismo atisbando el pasaje del tren
para divertirse; el camino de hierro a más de calle es camino vecinal, y el viajero
puede ver las gentes que se apartan lo bastante para dejarlo pasar, y continuar
enseguida su marcha. En lugar de puertas en los caminos vecinales que atraviesa
el ferrocarril, hay simplemente una tabla escrita que dice< tenga cuidado
con la campana cuando se acerque>, jeroglífico que previene al carretero que
lo abrirá en dos si se ha metido imprudentemente de por medio en el momento del
pasaje del tren, que parte lentamente del embarcadero, y mientras va marchando
saltan a bordo los pasajeros, descienden los vendedores de frutas y periódicos,
y se pasean de un vagón a otro todos, por distraerse, por sentirse libres, aún
en el rápido vuelo del vapor. Las vacas gustan de reposarse en el explayado del
camino, y la locomotora norte-americana va precedida de una trompa triangular
que tiene por caritativa misión arrojar a los costados a estas indiscretas
criaturas que pueden ser molidas por las ruedas, y no es raro el caso de que
algún muchacho dormido sea arrojado a cuatro varas por un trompazo de aquellos
que salvándole la vida le rompen o dislocan un miembro. Los resultados físicos
y morales de ambos sistemas son demasiado perceptibles. La Europa con su antigua
ciencia y sus riquezas acumuladas de siglos, no ha podido abrir la mitad de los
caminos de hierro que facilitan el movimiento en norte-américa. El europeo es
un menor que está bajo la tutela protectora del estado; su instinto de
conservación no es reputado suficiente preservativo; verjas, puertas,
vigilantes, señales preventivas, inspección, seguros, todo se ha puesto en
ejercicio para conservarle la vida; todo menos su razón, su discernimiento, su
arrojo, su libertad; todo, menos su derecho de cuidarse a sí mismo, su
intensión y su voluntad. El yanquee se guarda a sí mismo, y si quiere matarse
nadie se lo estorbará; si se viene siguiendo el tren, por alcanzarlo, y si se
atreve a dar un salto y cogerse de una barra, salvando las ruedas, dueño es de
hacerlo; si el pilluelo vendedor de diarios, llevado por el deseo de expender
un número más ha dejado que el tren tome toda su carrera y salta en tierra,
todos le aplaudirán la destreza con la que cae parado, y sigue en pie su
camino. He aquí como se forma el carácter de las naciones y como se usa la
libertad. acaso hay un poco más de víctimas y de accidentes, pero hay en cambio
hombres libres y no presos disciplinados, a quienes se les administra la
vida...."
(2)
Casi cien años tendrían que pasar para que la “escuela institucional” de economía
política redescubriese los fundamentos no-económicos del sistema de economía de
mercado, magistralmente expuestos en los párrafos que hemos citado.
Todos estos elementos, que en Tocqueville apenas
se insinuaban, puesto que el aristócrata francés admirador de la República
Norteamericana había destacado fundamentalmente los aspectos políticos
de su novedoso ordenamiento
institucional, están en Sarmiento expresados de forma tan excelente que en los
EE.UU. el argentino es considerado por la tradición historiográfica como uno de
los grandes propagandistas y apologetas del sistema norteamericano.
Dadas estas circunstancias, no es de extrañar que
uno de sus mejores biógrafos sea un yanqui, Allison Williams Bunkley. Su libro
“Life
of Sarmiento” es, a través de
sus quinientas páginas, una de las mejores exposiciones del “espíritu
sarmientino”. Hay una traducción publicada por la editorial Eudeba en
1966, que trae algunos pocos – pero importantes - errores , que desgraciadamente
trastornan el sentido de lo que el autor quiso decir, cambiando en rechazo lo
que es en verdad aceptación entusiasta.
Horace Mann. (3)
Este hombre formó parte de esa pujante estirpe de norteamericanos
de Nueva Inglaterra que en los primeros decenios del mil ochocientos sintieron
la necesidad imperiosa de dar
nuevas formas a las ideas
estéticas, políticas, sociales y económicas dominantes por entonces, que
padecían el natural envejecimiento frente al vertiginoso cambio que se
desplegaba en el país. El ámbito donde floreció toda la inspiración de este
hombre fue el de la educación popular y la pasión de Sarmiento por el tema
tuvo, en Horace Mann, a uno de sus principales adelantados.
Su importancia en el impulso de la
escuela pública en Massachusetts primero y luego, a partir de su ejemplo, en
todos los Estados Unidos, aparece como uno de esos eventos de la historia
americana que han encontrado su duplicación en este hemisferio, y que se hallan
signados por el fervor en una idea.
Horace Mann nació y fue criado en una
granja; sus padres, muy pobres, poco pudieron hacer para que no viviese en
carne propia las limitaciones de la enseñanza pública que se padecía por
aquellos tiempos pioneros. Las estrictas enseñanzas de un pastor calvinista
dejaron en él una marca indeleble, y más tarde, cuando estuvo en posición de
organizar y dirigir la educación pública de su estado, no olvidó consignar los
peligros que para el alma del niño podía significar llevar el rigorismo
religioso a semejantes extremos. Sin embargo, la rigurosidad que se impone en
los sentimientos de quien vive bajo el imperio de un mandato religioso jamás
habrían de desaparecer de sus actos; y su prosa encendida es un buen testimonio
de ello.
No fue un teórico de la Academia y tampoco
escribió libros especializados; en sus obras públicas está concretado todo el
entusiasmo de sus ideas por el impulso del bien común. Lo que tuvo que decir
sobre la educación pública se lo puede encontrar en los doce reportes anuales
que escribió como Director de la
Junta de Educación del Estado de Massachusetts, y en los diez
volúmenes del "Common School Journal", que él editaba.
La pasión reformista y el fervor
democrático que impregnaban todos sus actos no le impidieron ser un gran
negociador. Sabía que era urgente convencer a las mayorías para que dieran su
apoyo a la escuela pública. En esos tiempos, la mayoría del pueblo no veía a la
escuela como una oportunidad de progreso, sino como una maldición que los
privaba del valioso aporte laboral de sus hijos. Los ricos estaban conformes
con el sistema de escuelas diferenciadas que era el mismo que regía en
Inglaterra, país potencia de la época.
Pero Horace Mann sabía muy bien de las urgencias que tenía la nación
norteamericana, que estaba llevando adelante una experiencia democrática nunca
antes vista en la historia.
Cuando decidió aceptar el cargo de director de
la educación en el estado de Massachusetts era ya un abogado exitoso, y
representante del partido reformista en la cámara estatal. Muchos pensaron en
ese momento que cometía un error al aceptar ese cargo de tan poco futuro. Él,
entonces, escribió a su hermana:
"¿no es
mejor hacer el bien que ser alabado por haberlo hecho? Si no se sembrase
semilla alguna excepto las que nos prometieran una cosecha plena antes de
nuestra muerte ¡Qué rápidamente los hombres caerían en la barbarie! Si yo puedo
ser el medio de promover las mejores construcciones para los edificios
escolares, los mejores libros, la mejor
organización para los estudios, las
mejores formas de instrucción; si puedo descubrir los medios por los cuales un
niño que no piensa, que no reflexiona, que no habla, puede ser convertido en un
noble ciudadano, preparado para luchar por lo correcto y para morir por lo
correcto, si sólo pudiera obtener y difundir a través de este Estado algunas
pocas buenas ideas sobre éstas y similares materias, entonces podría ilusionarme en que mi actuación no ha
sido completamente en vano."
Su puritanismo está presente a través
de toda su filosofía educativa. Que Dios existe, y que merece por parte del
hombre una absoluta obediencia a sus leyes, es algo que da por supuesto, y
sobre esta convicción se levanta su argumento moral a favor de la escuela
pública:
"obedeciendo
a las leyes de hoy y a las de todas las comunidades civilizadas, la sociedad
debe proteger la vida natural; y la vida natural no puede ser protegida si no
es mediante la apropiación y uso de una parte de la propiedad que la sociedad
posee...(...) pero, ¿para qué preservar a los no nacidos si es que no queremos
cuidarlos y protegerlos y expandir su existencia hacia la utilidad y la
felicidad. Como individuo o como comunidad organizada no tenemos derecho, no
podemos obtener autoridad ni apoyo de la razón, no podemos citar ningún
atributo a propósito de la naturaleza divina para hacer nacer a una criatura y
luego cargarla con la maldición de la ignorancia, de la pobreza y el vicio, con
todas las calamidades concurrentes. Somos llevados entonces, ante esta
alarmante pero inevitable alternativa: la vida natural de un infante debe ser
extinguida inmediatamente que nace, o deben proveerse los medios para hacer que
esa vida no sea una maldición para sus poseedores; y por lo tanto cada estado
está obligado a dictar un código de leyes que legalicen y obliguen al
infanticidio, o un código de leyes que establezcan las escuelas públicas."
Como
alguien que se tomaba en serio el ideal democrático estampado en la Declaración de la Independencia y en la Constitución , estaba
desconcertado e indignado con aquellos que despreciaban la educación pública.
Lo que se necesitaba era:
"Un
sistema enérgico y comprensivo de la educación popular, lo suficientemente
bueno para los más ricos, abierto a los más pobres - "
En su Decimosegundo Informe recordaba cómo se habían asegurado estos logros
:
"la inteligencia de un Estado fue invocada
para justificar semejante sistema, y su liberalidad, para mantenerlo. Las
reformas habían de hallarse, ya fuera en casa o en el exterior, y adaptadas con
igual presteza ya sea que vinieran de la orgullosa Jerusalén o de la
menospreciada Nazaret. La incompetencia de los maestros fue expuesta en un espíritu
de justicia, moderadas con amabilidad; puesto que, esta unión de la justicia y
la amabilidad que conduce a un hombre a abandonar su error o reparar sus
deficiencias, es la más adorable forma de indulgencia. Los comités fueron
informados y estimulados para que conocieran y cumplieran sus deberes. El
dinero para el pago generoso de los maestros fue obtenido del bolsillo de los
ricos por persuasión, o grabado con impuestos. Apelando al deber, a la
decencia, al amor filial; a través de la reprimenda o del ridículo; a través de
cualquier medio que no fuera absolutamente criminal. Toda esa clase de
edificaciones miserables que provocan dolor y enfermedad, fueron borradas de la
faz del Estado; un trabajo que, de haberse podido hacer enseguida no habría
dejado más de cien escuelas en pie en toda la comunidad. "
El impulso y entusiasmo de Horace Mann
fueron comprendidos y apoyados por sus conciudadanos, que incluso evitaron, a
través de los representantes, que un gobernador que venía con el impulso para
recortar el gasto público eliminase la
Junta de Educación. En 1842 su notoriedad le valió ser el
orador en la conmemoración del 4 de julio en Boston; no perdió su oportunidad
para exponer taxativamente la centralidad de la educación pública en la
construcción de una sociedad que pretende basarse en la libertad y en la
justicia:
"no es suficiente que una simple mayoría sea
inteligente y honrada. Necesitamos de la inteligencia y de la integridad en
general, tanto como necesitamos de nuestro pan diario. Por el voto de unos
cuantos malvados, o aún por el de un solo malvado, los hombres honorables
pueden ser echados de sus puestos y los
malandras ocupar su lugar (...) si los votos provienen de la ignorancia y el
crimen, entonces estaríamos aún peor que bajo la lluvia de piedra y fuego que
azotó Sodoma y Gomorra; las escuelas selectas para chicos selectos deben ser
descartadas. En vez del viejo orden nobiliario, un nuevo orden debe ser creado;
un orden de educadores sabios, benevolentes, cargados de entusiasmo cristiano y
premiados y honrados por todos. Que nuestro lema sea: ¡Educad a este pueblo!
Notas:
(1)
–Domingo F. Sarmiento: Viajes; ed. Crítica, Javier Fernández, Coordinador, Colección
Archivos, Madrid, 1993. – pag.389-390
(2)
–Domingo F. Sarmiento: Viajes; ed. Crítica, Javier Fernández, Coordinador, Colección
Archivos, Madrid, 1993. – pag. 316-318.
(3)
Esta
sección está basada en: Robert C. Whittmore: Makers of the
American Mind, William Morrow & Co., 1964 pag. 199-215.
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